Prácticamente, todos nosotros tenemos ya normalizada la palabra “ansiedad” de muchas formas; da igual la edad que tengamos, nuestro género o nuestra situación. La ansiedad, que lleva acompañándonos desde épocas prehistóricas, ha llegado para quedarse, y esconde mucho más de lo que aparenta en cuanto profundizamos un poco en ella.
Es común encontrar que hoy día todo el mundo “sabe” lo que es la ansiedad o “lo experimenta” de alguna forma u otra, confundiéndolo con estrés, ataques de ira, preocupación normal y corriente, y mucho más.
Sin embargo, afortunadamente muchas personas no saben lo que es en realidad (aunque lo afirmen) y por supuesto, tampoco conocen todas las facetas que guarda esta condición psicológica y que puede afectarnos de muchas maneras diferentes.
La ansiedad es exceso de anticipación, ni más, ni menos.
Así es.
Estar ansioso es un sentimiento que enfoca un comportamiento de estado nervioso que se produce por el exceso de anticipación de una situación u evento. Por ejemplo, cuando estás preocupado por una revisión médica que debes hacerte, cuando sientes miedo por un examen o cuando debes ir a una entrevista de trabajo.
En ese estado de ansiedad (que suele ser puntual) nuestro cerebro tiende a jugarnos malas pasadas, haciéndonos imaginar que todo nos saldrá mal o que haremos el ridículo de alguna forma, lo cual nos causa un sufrimiento totalmente innecesario.
En general, no es malo tener ansiedad en algunas ocasiones; es más bien normal.
De hecho, la ansiedad nos avisa de los posibles peligros que pueden atacarnos, como les ocurría a los prehistóricos cuando sentían miedo por el posible acecho de un animal salvaje. Este estado de nerviosismo puede revelar aspectos muy positivos de nosotros mismos ¡aunque no te lo creas! De hecho, a muchas personas les hace rendir mucho mejor en el trabajo. Al estar más preparados para enfrentar una situación que nos provoca temor, tendemos a reaccionar mejor ante ella.
Aun así, todo se empeora con el exceso de ansiedad. Este problema puede llegar a hacernos mucho daño emocional y físico si no se trata y empieza a campar por sus anchas en nuestra mente llegando a límites totalmente insalubres.
¿Qué puede causar la ansiedad cuando no es sana?
Cuando la ansiedad se vuelve crónica o excesiva, puede desencadenar problemas serios tanto a nivel emocional como físico. En estos casos, la ansiedad deja de ser una reacción natural a situaciones específicas y se convierte en una constante en la vida de la persona, afectando su bienestar general. Una ansiedad no sana puede surgir de diversos factores: desde problemas laborales, hasta situaciones familiares complicadas, o incluso traumas no resueltos.
Uno de los principales problemas que genera la ansiedad patológica es la dificultad para llevar una vida normal. El estado de anticipación constante y el miedo a lo que pueda pasar desgastan emocionalmente a la persona, generando fatiga mental, insomnio, problemas de concentración, irritabilidad y hasta trastornos depresivos.
En el plano físico, la ansiedad sostenida puede provocar síntomas como dolores de cabeza, taquicardia, problemas digestivos y tensiones musculares que, a la larga, derivan en otros problemas de salud. Es un círculo vicioso: la preocupación constante provoca malestar físico, y este malestar alimenta aún más la ansiedad.
Además, la ansiedad prolongada puede influir negativamente en las relaciones interpersonales. Las personas que la padecen suelen aislarse o tener dificultades para gestionar sus emociones, lo que afecta sus vínculos familiares, de pareja o laborales. En este sentido, la ansiedad no tratada puede convertirse en un obstáculo importante para desarrollar una vida plena.
El exceso de ansiedad también puede llevar a la aparición de trastornos más graves como los ataques de pánico o fobias. Estos episodios son difíciles de controlar y generan un miedo intenso a situaciones que, desde una perspectiva racional, no deberían representar una amenaza; aquí es donde la ansiedad se convierte en un enemigo que sabotea cualquier intento de llevar una vida tranquila, instalándose en la mente y en el cuerpo.
¿Por qué las personas la confunden con el estrés o con otras situaciones?
Una de las grandes confusiones en torno a la ansiedad es que, muchas veces, se utiliza como sinónimo de estrés o incluso de nerviosismo, cuando en realidad son cosas distintas.
Aunque la ansiedad y el estrés están relacionados y pueden solaparse en algunas situaciones, tienen diferencias clave: el estrés es la respuesta del cuerpo ante un estímulo externo que percibimos como una amenaza o desafío; mientras que la ansiedad es más interna y está relacionada con la anticipación de lo que puede ocurrir.
La ansiedad suele confundirse con el estrés porque ambas condiciones presentan síntomas similares: preocupación, nerviosismo, tensión muscular, entre otros. Sin embargo, el estrés tiende a desaparecer una vez que la situación estresante se resuelve, mientras que la ansiedad persiste y puede agravarse incluso cuando el «problema» ya ha pasado.
Otro motivo por el cual se confunden es que, en el día a día, usamos términos como «estoy ansioso» o «estoy estresado» de manera indistinta para referirnos a momentos de incertidumbre o presión. Esto ha llevado a que, socialmente, se diluya la verdadera diferencia entre ambos términos. También influye el hecho de que, en algunos casos, el estrés prolongado puede derivar en ansiedad, lo que contribuye a aumentar la confusión entre los dos conceptos.
Además, la ansiedad también se puede malinterpretar como un problema de irritabilidad o cambios de humor. Las personas que la padecen pueden parecer simplemente más nerviosas o tensas, lo que a menudo es malinterpretado como un estado temporal de estrés o mal humor, cuando en realidad puede tratarse de una ansiedad subyacente que necesita atención.
¿Cuáles son las diferentes vertientes o facetas de la ansiedad?
La ansiedad no es una condición única o homogénea; más bien, se presenta de diferentes formas, lo que complica aún más su identificación y tratamiento. Estas vertientes de la ansiedad afectan a las personas de distintas maneras, dependiendo de factores como su entorno, su biología o incluso sus experiencias personales.
Entre las facetas más comunes de la ansiedad encontramos:
- El síndrome o complejo HIA.
El Complejo HIA es una faceta de la ansiedad que se manifiesta principalmente a través de comportamientos relacionados con la hostilidad, la ira y la agresión. Puede surgir cuando la persona siente que está perdiendo el control de la situación, lo que genera frustración y un aumento de la irritabilidad.
Este síndrome, además de dañar la salud emocional, puede acarrear consecuencias físicas a largo plazo. Los niveles elevados de estrés y agresión sostenidos en el tiempo aumentan el riesgo de problemas cardíacos, hipertensión, y otras enfermedades relacionadas con el estrés prolongado. Por eso, es importante aprender a identificarlo y buscar formas de manejar la ansiedad antes de que se transforme en un comportamiento destructivo.
Una forma muy útil de identificarlo es a través de la realización de un TEST especializado del cual nos hablan los expertos de Cpsur.
- Trastorno de ansiedad social.
Quienes sufren este tipo de ansiedad experimentan un miedo irracional y persistente a ser juzgados o evaluados negativamente por los demás en situaciones sociales o de desempeño público. Este miedo puede llevar a evitar todo tipo de interacciones sociales, incluso aquellas que son necesarias para la vida diaria, como hablar en público o asistir a reuniones.
- Trastorno de pánico.
Este trastorno se manifiesta en forma de ataques de pánico repentinos e intensos que incluyen síntomas físicos como palpitaciones, sudoración, dificultad para respirar y sensación de muerte inminente. Aunque los ataques de pánico suelen ser breves, su impacto emocional puede ser devastador y puede llevar a las personas a evitar lugares o situaciones que asocian con los episodios de pánico.
- Trastorno obsesivo-compulsivo (TOC).
El TOC es una forma de ansiedad que se caracteriza por pensamientos intrusivos y repetitivos (obsesiones) que generan ansiedad, y comportamientos o rituales repetitivos (compulsiones) que se realizan para aliviar esa ansiedad. Por ejemplo, una persona con TOC puede sentir la necesidad de lavarse las manos repetidamente por temor a los gérmenes, incluso cuando es innecesario.
- Trastorno de ansiedad por separación.
Este tipo de ansiedad (comúnmente asociado a los niños) puede afectar a personas de cualquier edad. Se caracteriza por un miedo intenso y desproporcionado ante la idea de separarse de una figura de apego, como un padre, pareja o incluso una mascota. La persona que lo padece experimenta una gran angustia cuando está lejos de esa figura o anticipa la separación, lo que puede provocar náuseas, mareos e incluso dolores de cabeza, somatizando los problemas emocionales a los físicos de forma prácticamente instantánea.
- Fobias específicas.
Por último, las fobias son un tipo de trastorno de ansiedad que se manifiesta como un miedo intenso e irracional a objetos o situaciones concretas. Aunque muchas personas pueden tener miedos puntuales a ciertos estímulos (como las alturas o las arañas), las personas con fobias experimentan un terror que va más allá de la reacción normal, hasta el punto de que pueden llegar a evitar esas situaciones por completo, limitando su vida cotidiana. Por supuesto, esto les impide ir al trabajo con normalidad, relacionarse con los demás en sitios concretos y mucho más.
Estas son solo algunas de las facetas más conocidas de la ansiedad, pero como puedes ver, no es inteligente decir que “se tiene ansiedad” y ya; hay mucho más tras ese trastorno, y cada tipo de situación requiere un tipo de tratamiento.
Mediante el conocimiento, y la actuación, podremos con todos estos problemas ¡no lo olvides!